Durante el siglo XVII, las élites criollas de las colonias
españolas comenzaron a entrar en contacto con las ideas de la ilustración francesa. Si bien el
pensamiento ilustrado español fue menos radical y menos revolucionario, la
presencia de las nuevas ideas generó reflexiones inéditas en torno a la
naturaleza del poder del rey, a la función de las leyes y a la
participación de los súbditos en las
políticas del reino.
Con la invasión
francesa en 1808 generó que entre los españoles, incluidos muchos criollos
americanos, surgiera un descontento generalizado hacia José Bonaparte, quien
fue puesto en el trono español a la fuerza. Por esto fue que sus súbditos lo
desconocieron como el legítimo monarca y lo trataron como a un usurpador.
Esto
desencadeno una guerra de independencia
en aquella monarquía. Estos eventos fueron muy provechosos para los criollos
americanos que vieron la oportunidad de organizar gobiernos autónomos de la metrópoli, mientras
regresaba el legítimo monarca al trono.
Tanto fue
el caos que la invasión francesa causo en el reino español, que en 1810 los
criollos novohispanos organizaron un movimiento armado que 11 años más tarde
darían origen al México independiente.
Ideas
ilustradas en las posesiones españolas en América
Los borbones españoles estuvieron muy influenciados por las ideas de la
ilustración francesa. Todos ellos ejercieron su poder con base en el absolutismo monárquico, es decir, a
partir de buscar el mayor beneficio para sus súbditos pero con la menor
participación política de los mismos.
En la
España del siglo XVIII, las élites
ilustradas conocieron las obras de grandes filósofos como Montesquieu,
Voltaire, Rousseau y Diderot. Sin embargo, a diferencia del caso francés, la
ilustración española no tuvo un carácter revolucionario ni ateo.
La preocupación
de los pensadores ilustrados españoles se concentraba en su mayor parte en la
construcción de una economía estable y fuerte, basados en las ideas de la fisiocracia; en el combate de los prejuicios tradicionales y las supersticiones, así
como en el impulso de la educación y
el desarrollo científico. Algunos de
los principales pensadores ilustrados
españoles fueron Benito Jerónimo Feijóo (1676-1764), el Conde de Campomanes
(1723-1802), el Conde de Jovellanos (1744-1811) y Francisco Cabarrús
(1752-1810).
Escritor Pedro Rodríguez Campomanes. En manos de funcionarios como él estuvieron las reformas borbónicas. |
Las ideas
de la ilustración española fueron conocidas por las élites más educadas de la
élite de la Nueva España, gracias a la llegada de libros y noticias provenientes de Europa. Esto puso a los criollos
en contacto con conceptos como la
tolerancia religiosa, la soberanía popular, el valor de la ley o la
existencia de ciudadanos. Muy pronto,
el pensamiento modernizador se
introdujo en diferentes áreas del conocimiento y las ciencias.
Muchos
médicos, astrónomos, matemáticos y botánicos de Nueva España comenzaron a
desarrollar teorías e ideas a fines a la ilustración europea. Por otro lado, en
Nueva España los Jesuitas criollos
fueron promotores importantísimos de la mentalidad ilustrada. En sus colegios y
cátedras universitarias, muchos de ellos difundieron las ideas ilustradas, con
una versión hispánica particular. Ésta combinó los principios del racionalismo
francés con las creencias religiosas del catolicismo.
De acuerdo con la tradición medieval hispánica, a falta de un monarca legítimo, el poder del gobierno debería recaer en las juntas provinciales hasta que se elegía a un nuevo rey. Así en 1808, las juntas se organizaron para crear la Junta Central Suprema. Un año más tarde, se convocó a cortes extraordinarias para redactar una Constitución. A esta reunión se les conocería como las Cortes de Cádiz a las cuales cada provincia del reino debía enviar un representante. Este vacío del poder despertó el interés de los novohispanos, quienes veían con buenos ojos la reorganización del poder político en el reino.
El criollismo y el anhelo de autonomía
La
invasión francesa de España
En los últimos años de la Revolución francesa, Inglaterra fue el
principal rival de los franceses, Portugal era aliado importante de la potencia
comercial, por lo que, en 1808, Napoleón decidió ocupar el territorio portugués
para asestar un golpe a su enemigo histórico.
En 1807, el
ministro español Manuel Godoy (1767-1851) firmo con Napoleón los Tratados de
Fortainebleau. En ellos se acordó que las tropas francesas podían entrar y
establecerse libremente en los territorios españoles, con el propósito de
facilitar la invasión de Portugal. En realidad, este acuerdo posibilito la ocupación francesa de España.
La política
de Carlos IV (1748-1819) y de su ministro Godoy era cada vez más impopular entre
muchos sectores del reino. Este malestar dio origen a un gran grupo opositor
que buscó destituir al monarca en favor de su hijo Fernando VII (1784-1833). El
19 de marzo de 1808 estalló el motín de
Aranjuez, una revuelta popular que exigió al rey abdicar y dejar el trono
al príncipe de Asturias.
Frente a
estos acontecimientos, Napoleón Bonaparte intervino como mediador. El emperador
francés llamó al monarca español y a su hijo a Bayona; allí les obligó a dejar
el trono a su hermano José Bonaparte (1768-1844). Las abdicaciones de Bayona generaron gran descontento entre los súbditos
españoles tanto en la península como en los territorios de ultramar.
El 2
de mayo de 1808 iniciaron las insurrecciones antifrancesas en Madrid. Los españoles
veían a José Bonaparte como un usurpador, a quien no podían reconocer como el
monarca legítimo. Así comenzaron los movimientos de insurrección en España.De acuerdo con la tradición medieval hispánica, a falta de un monarca legítimo, el poder del gobierno debería recaer en las juntas provinciales hasta que se elegía a un nuevo rey. Así en 1808, las juntas se organizaron para crear la Junta Central Suprema. Un año más tarde, se convocó a cortes extraordinarias para redactar una Constitución. A esta reunión se les conocería como las Cortes de Cádiz a las cuales cada provincia del reino debía enviar un representante. Este vacío del poder despertó el interés de los novohispanos, quienes veían con buenos ojos la reorganización del poder político en el reino.
La resistencia del pueblo español a la invasión francesa se muestra en este cuadro. Francisco Goya, 3 de mayo de 1808 [oleo sobre lienzo], Museo del Prado, Madrid, 1814. |
El criollismo y el anhelo de autonomía
A fala de soberano, los criollos
y peninsulares de Nueva España se preguntaron a quién debían obedecer. Las opiniones se dividieron
en dos. Por un lado, los miembros de la Audiencia
de México, casi todos peninsulares, recomendaron esperar un poco para ver
si la situación en España se calmaba. Su opinión era no modificar ni alterar el
orden de gobierno en la Nueva España y aguardar a que las cosas se resolvieran
en la metrópoli.
Sin embargo
los miembros del Ayuntamiento de la
Ciudad de México, en su mayoría criollos, no opinaban lo mismo que los
peninsulares. Ellos proponían que la Nueva España organizara su propia Junta de
gobierno y que el Ayuntamiento gobernara mientras Fernando VII volvía al trono.
En realidad,
esta división de opiniones dejaba en claro una situación: la tensión que ya existía entre criollos y peninsulares del reino. Durante
el siglo XVIII, los criollos novohispanos desarrollaron un fuerte sentido de
identidad local. El esplendor cultural y la bonanza económica del reino los
lleno de orgullo y de sentimientos de pertenencia al territorio americano.
El orgullo
criollo o criollismo tuvo una de sus
expresiones más importantes en el culto a la Virgen de Guadalupe. De acuerdo con la mentalidad religiosa
novohispana de la época, María, la madre de Dios había elegido a Nueva España
como su morada terrena. Esta elección era la muestra indiscutible de la riqueza
y singularidad de un reino que sin duda debía ser favorito del Creador.
El espíritu
de orgullo y grandeza americana cobró especial fuerza entre los Jesuitas
criollos de Nueva España. Dos de los más destacados fueron Francisco Javier
Clavijero (1731-1787) y Francisco Javier Alegre (1729-1788). Muchos de ellos se
sintieron indignados frente a las calumnias que algunos autores europeos
sostuvieron sobre la “naturaleza” y el “hombre americano”.
El abate
Raynal (1713-1796), el conde de Buffon (1707-1788) y Cornelio de Pauw
(1739-1799) defendían la hipótesis de que en América, las especies animales y
vegetales siempre eran inferiores a las europeas. Estas ideas causaron gran
indignación entre los criollos americanos, que rápidamente escribieron obras
para demostrar lo contrario: el valor y la grandeza de las especies naturales
americanas.
Para
fines del siglo XVIII y principios del XIX, muchos criollos se habían enriquecido
significativamente, sin embargo, las reformas
borbónicas les impedían ocupar cargos altos dentro de la administración pública
y el gobierno. Esto causo gran malestar y descontento entre los criollos
americanos, quienes se veían cada vez más desplazados por los peninsulares.
El golpe
de Estado de los peninsulares
En la Nueva España, las opiniones estaban cada vez más divididas entre
los miembros de la Audiencia de México y el Ayuntamiento de la Ciudad de
México. Lo cual, causó que algunos súbditos tomaran acciones drásticas.
El derrocamiento del virrey Iturrigaray en 1808 dio pie a años de discordia política que concluyeron con la independencia de Nueva España en 1821. |
El virrey José
de Iturrigaray (1742-1815) convocó a una reunión con la Audiencia y el Ayuntamiento
para tomar una decisión al respecto. La tensión entre criollos y peninsulares
era evidente y después de arduas discusiones, el virrey apoyó al partido
criollo del Ayuntamiento y organizó una Junta
Provincial novohispana.
Ante
aquella decisión, los peninsulares de la Audiencia se sintieron traicionados
por el virrey. El 15 de septiembre de 1808, el hacendado español Gabriel de Yermo (1757-1813) dio un golpe de Estado contra el Ayuntamiento
y tomó preso a Iturrigaray y a los criollos Francisco Primo de Verdad
(1760-1808) y Juan Azcarate (1767-1831). Estos últimos habían estado
involucrados en la organización de la Junta de gobierno.
El golpe
contra el Ayuntamiento y el encarcelamiento de estos personajes enfureció a muchos
criollos quienes, en distintas regiones, comenzaron a organizar diversas
conspiraciones para derrocar a los peninsulares del territorio novohispano.
Conspiraciones
e insurrecciones de 1810
En 1809, el general José María Obeso (1783-1816) y José María Michelena
(1772-1852) organizaron la conspiración en Valladolid,
que fue descubierta y sofocada de inmediato.
Un año más tarde en 1810, Ignacio Allende (1769-1811), Juan Aldama
(1774-1811), el cura Miguel Hidalgo (1753-1811) y los corregidores Miguel
Domínguez (1756-1830) y Josefa Ortiz de Domínguez (1768-1829) fraguaron la conspiración de Querétaro. En ella se
propuso crear una junta de abogados, regidores y eclesiásticos criollos, con el
propósito de que asumieran el poder mientras Fernando VII regresaba al trono
como el soberano legítimo de España. Los conspiradores planeaban levantarse en
armas en diciembre de 1810, pero al ser descubierta, decidieron adelantar la rebelión
para septiembre.
Hidalgo, Aldama y Allende fueron criollos que participaron en el movimiento de independencia. |
En la
madrugada del 16 de septiembre, el cura Hidalgo subió al campanario de su
parroquia en el pueblo de Dolores y llamo a los feligreses a levantarse en
armas contra el gobierno. En ese primer momento de la lucha, el movimiento sólo
buscaba quitar del poder a los peninsulares y dar paso a que los criollos
fueran los que ocuparan esos cargos en el gobierno, pero sin romper lazos con
la Corona española.
En su convocatoria
Hidalgo reconoció la legitimidad del Fernando VII como monarca de Nueva España
y en ningún momento llamo a una independencia de la madre patria, tampoco hablo
de defender a los sectores más vulnerables de la sociedad novohispana, ni llamó
a una reivindicación social. En su primera etapa, el movimiento fue una convulsión
de las élites criollas que deseaban liberarse del dominio peninsular dentro del
territorio americano.
Hidalgo libero
a muchos presos de las cárceles, quienes de inmediato se unieron a su
contingente. Pronto también se le sumó, el Regimiento de Dragones de la Reina,
al mando del capitán Ignacio Allende.
Los seguidores de Hidalgo avanzaron hacia Atotonilco; allí el jefe del
movimiento tomó el estandarte de la
Virgen de Guadalupe, que a partir de ese momento en una insignia de los
independentistas.
A pesar de
la falta de un verdadero ideario social, los pobres se adhirieron al movimiento
de Hidalgo buscando una oportunidad de mejorar sus condiciones de vida. Para muchos
de ellos el cura Hidalgo era el mesías libertador
que habría de terminar con el yugo de la miseria y el hambre.
Las huestes
del cura Hidalgo llegaron Guanajuato donde el descontrol de la masa enardecida
propicio robos, asesinatos y saqueos de las casas de españoles. Allende reprobó
que Hidalgo no hubiera hecho nada para detener al pueblo enfurecido.
La toma de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, por las huestes de Hidalgo generó que la Iglesia lo excomulgara. |
Los insurgentes continuaron avanzando y
llegaron a Cuajimalpa. Allí, las tropas libraron la batalla de monte de las cruces, de la que salieron victoriosos. A pesar
de ello. Hidalgo ordenó a sus tropas replegarse y no ocupar la capital. A la
fecha, nadie sabe la razón por la cual Hidalgo tomó la decisión de retirarse. Es
probable que el episodio vivido en Guanajuato allá motivado al cura de Dolores
a evitar una matanza similar en la Ciudad de México.
Allende y
Aldama reprobaron la actitud de Hidalgo y decidieron quitarle el liderazgo del
movimiento. En su lugar nombraron jefe
supremo de los ejércitos insurgentes a Ignacio
López Rayón (1773-1832). A partir de este momento se inició, la guerra
entre los insurgentes y los realistas.
En Cuajimalpa,
las fuerzas insurgentes se dividieron: por un lado, Allende se fue a
Guanajuato, mientras que Hidalgo se dirigió a Guadalajara. Además, éste fundó
un periódico El Despertador Americano,
abolió la esclavitud y declaró que asesinar gachupines (españoles) era
causa legítima del movimiento.
En 1811,
Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, fueron aprisionados en Chihuahua. Se les formuló
un juicio político y, tras encontrarlos culpables, fueron fusilados. Para escarmentar
a los insurgentes y atemorizar a los rebeldes en potencia, los cuatro fueron
decapitados y sus cabezas puestas en jaulas que colgaban a cada esquina de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato,
poniendo fin a la etapa de los conspiradores de Querétaro en el movimiento. Pero
lamentablemente para los españoles, la semilla ya había sido plantada y están germinando,
dado que el movimiento no murió con Hidalgo y sus colaboradores, sino que
continuó creciendo y modificando su finalidad.
Para más información te invito a ver el siguiente video.
Fuente bibliográfica:
Alejandra Maldonado Rios, Estela
Roselló Soberón. Historia 2 Secundaria. SM Ediciones. México, 2015. Pp. 86-93.
No hay comentarios:
Publicar un comentario