domingo, 23 de septiembre de 2018

La crisis política novohispana


Durante el siglo XVII,  las élites criollas de las colonias españolas comenzaron a entrar en contacto con las ideas de la ilustración francesa. Si bien el pensamiento ilustrado español fue menos radical y menos revolucionario, la presencia de las nuevas ideas generó reflexiones inéditas en torno a la naturaleza del poder del rey, a la función de las leyes y a la participación  de los súbditos en las políticas del reino.
  Con la invasión francesa en 1808 generó que entre los españoles, incluidos muchos criollos americanos, surgiera un descontento generalizado hacia José Bonaparte, quien fue puesto en el trono español a la fuerza. Por esto fue que sus súbditos lo desconocieron como el legítimo monarca y lo trataron como a un usurpador.
  Esto desencadeno una guerra de independencia en aquella monarquía. Estos eventos fueron muy provechosos para los criollos americanos que vieron la oportunidad de organizar gobiernos autónomos de la metrópoli, mientras regresaba el legítimo monarca al trono.
  Tanto fue el caos que la invasión francesa causo en el reino español, que en 1810 los criollos novohispanos organizaron un movimiento armado que 11 años más tarde darían origen al México independiente.

Ideas ilustradas en las posesiones españolas en América
Los borbones españoles estuvieron muy influenciados por las ideas de la ilustración francesa. Todos ellos ejercieron su poder con base en el absolutismo monárquico, es decir, a partir de buscar el mayor beneficio para sus súbditos pero con la menor participación política de los mismos.
  En la España del siglo XVIII, las élites ilustradas conocieron las obras de grandes filósofos como Montesquieu, Voltaire, Rousseau y Diderot. Sin embargo, a diferencia del caso francés, la ilustración española no tuvo un carácter revolucionario ni ateo.
  La preocupación de los pensadores ilustrados españoles se concentraba en su mayor parte en la construcción de una economía estable y fuerte, basados en las ideas de la fisiocracia; en el combate de los prejuicios tradicionales y las supersticiones, así como en el impulso de la educación y el desarrollo científico. Algunos de los principales pensadores  ilustrados españoles fueron Benito Jerónimo Feijóo (1676-1764), el Conde de Campomanes (1723-1802), el Conde de Jovellanos (1744-1811) y Francisco Cabarrús (1752-1810). 
  Escritor Pedro Rodríguez Campomanes. En
  manos de funcionarios como él estuvieron las
  reformas borbónicas.
  Las ideas de la ilustración española fueron conocidas por las élites más educadas de la élite de la Nueva España, gracias a la llegada de libros y noticias provenientes de Europa. Esto puso a los criollos en contacto con conceptos como la tolerancia religiosa, la soberanía popular, el valor de la ley o la existencia de ciudadanos. Muy pronto, el pensamiento modernizador se introdujo en diferentes áreas del conocimiento y las ciencias.
  Muchos médicos, astrónomos, matemáticos y botánicos de Nueva España comenzaron a desarrollar teorías e ideas a fines a la ilustración europea. Por otro lado, en Nueva España los Jesuitas criollos fueron promotores importantísimos de la mentalidad ilustrada. En sus colegios y cátedras universitarias, muchos de ellos difundieron las ideas ilustradas, con una versión hispánica particular. Ésta combinó los principios del racionalismo francés con las creencias religiosas del catolicismo.

La invasión francesa de España
En los últimos años de la Revolución francesa, Inglaterra fue el principal rival de los franceses, Portugal era aliado importante de la potencia comercial, por lo que, en 1808, Napoleón decidió ocupar el territorio portugués para asestar un golpe a su enemigo histórico.
  En 1807, el ministro español Manuel Godoy (1767-1851) firmo con Napoleón los Tratados de Fortainebleau. En ellos se acordó que las tropas francesas podían entrar y establecerse libremente en los territorios españoles, con el propósito de facilitar la invasión de Portugal. En realidad, este acuerdo posibilito la ocupación francesa de España.
  La política de Carlos IV (1748-1819) y de su ministro Godoy era cada vez más impopular entre muchos sectores del reino. Este malestar dio origen a un gran grupo opositor que buscó destituir al monarca en favor de su hijo Fernando VII (1784-1833). El 19 de marzo de 1808 estalló el motín de Aranjuez, una revuelta popular que exigió al rey abdicar y dejar el trono al príncipe de Asturias.
  Frente a estos acontecimientos, Napoleón Bonaparte intervino como mediador. El emperador francés llamó al monarca español y a su hijo a Bayona; allí les obligó a dejar el trono a su hermano José Bonaparte (1768-1844). Las abdicaciones de Bayona generaron gran descontento entre los súbditos españoles tanto en la península como en los territorios de ultramar.
  El 2 de mayo de 1808 iniciaron las insurrecciones antifrancesas en Madrid. Los españoles veían a José Bonaparte como un usurpador, a quien no podían reconocer como el monarca legítimo. Así comenzaron los movimientos de insurrección en España.
  De acuerdo con la tradición medieval hispánica, a falta de un monarca legítimo, el poder del gobierno debería recaer en las juntas provinciales hasta que se elegía a un nuevo rey. Así en 1808, las juntas se organizaron para crear la Junta Central Suprema. Un año más tarde, se convocó a cortes extraordinarias para redactar una Constitución. A esta reunión se les conocería como las Cortes de Cádiz a las cuales cada provincia del reino debía enviar un representante. Este vacío del poder despertó el interés de los novohispanos, quienes veían con buenos ojos la reorganización del poder político en el reino.

  La resistencia del pueblo español a la invasión francesa se
  muestra en este cuadro. Francisco Goya, 3 de mayo de 1808
  [oleo sobre lienzo], Museo del Prado, Madrid, 1814.

El criollismo y el anhelo de autonomía
A fala de soberano, los criollos y peninsulares de Nueva España se preguntaron a quién debían obedecer. Las opiniones se dividieron en dos. Por un lado, los miembros de la Audiencia de México, casi todos peninsulares, recomendaron esperar un poco para ver si la situación en España se calmaba. Su opinión era no modificar ni alterar el orden de gobierno en la Nueva España y aguardar a que las cosas se resolvieran en la metrópoli.
  Sin embargo los miembros del Ayuntamiento de la Ciudad de México, en su mayoría criollos, no opinaban lo mismo que los peninsulares. Ellos proponían que la Nueva España organizara su propia Junta de gobierno y que el Ayuntamiento gobernara mientras Fernando VII volvía al trono.
  En realidad, esta división de opiniones dejaba en claro una situación: la tensión que ya existía entre criollos y peninsulares del reino. Durante el siglo XVIII, los criollos novohispanos desarrollaron un fuerte sentido de identidad local. El esplendor cultural y la bonanza económica del reino los lleno de orgullo y de sentimientos de pertenencia al territorio americano.
  El orgullo criollo o criollismo tuvo una de sus expresiones más importantes en el culto a la Virgen de Guadalupe. De acuerdo con la mentalidad religiosa novohispana de la época, María, la madre de Dios había elegido a Nueva España como su morada terrena. Esta elección era la muestra indiscutible de la riqueza y singularidad de un reino que sin duda debía ser favorito del Creador.
  El espíritu de orgullo y grandeza americana cobró especial fuerza entre los Jesuitas criollos de Nueva España. Dos de los más destacados fueron Francisco Javier Clavijero (1731-1787) y Francisco Javier Alegre (1729-1788). Muchos de ellos se sintieron indignados frente a las calumnias que algunos autores europeos sostuvieron sobre la “naturaleza” y el “hombre americano”.
  El abate Raynal (1713-1796), el conde de Buffon (1707-1788) y Cornelio de Pauw (1739-1799) defendían la hipótesis de que en América, las especies animales y vegetales siempre eran inferiores a las europeas. Estas ideas causaron gran indignación entre los criollos americanos, que rápidamente escribieron obras para demostrar lo contrario: el valor y la grandeza de las especies naturales americanas.
  Para fines del siglo XVIII y principios del XIX, muchos criollos se habían enriquecido significativamente, sin embargo, las reformas borbónicas les impedían ocupar cargos altos dentro de la administración pública y el gobierno. Esto causo gran malestar y descontento entre los criollos americanos, quienes se veían cada vez más desplazados por los peninsulares.

El golpe de Estado de los peninsulares
En la Nueva España, las opiniones estaban cada vez más divididas entre los miembros de la Audiencia de México y el Ayuntamiento de la Ciudad de México. Lo cual, causó que algunos súbditos tomaran acciones drásticas.
  El derrocamiento del virrey Iturrigaray en 1808 dio pie
  a años de discordia política que concluyeron con la
  independencia de Nueva España en 1821.
  El virrey José de Iturrigaray (1742-1815) convocó a una reunión con la Audiencia y el Ayuntamiento para tomar una decisión al respecto. La tensión entre criollos y peninsulares era evidente y después de arduas discusiones, el virrey apoyó al partido criollo del Ayuntamiento y organizó una Junta Provincial novohispana.
  Ante aquella decisión, los peninsulares de la Audiencia se sintieron traicionados por el virrey. El 15 de septiembre de 1808, el hacendado español Gabriel de Yermo (1757-1813) dio un golpe de Estado contra el Ayuntamiento y tomó preso a Iturrigaray y a los criollos Francisco Primo de Verdad (1760-1808) y Juan Azcarate (1767-1831). Estos últimos habían estado involucrados en la organización de la Junta de gobierno.
  El golpe contra el Ayuntamiento y el encarcelamiento de estos personajes enfureció a muchos criollos quienes, en distintas regiones, comenzaron a organizar diversas conspiraciones para derrocar a los peninsulares del territorio novohispano. 

  El abogado Francisco Primo de Verdad fue uno de
  los primeros precursores de la independencia.

Conspiraciones e insurrecciones de 1810

En 1809, el general José María Obeso (1783-1816) y José María Michelena (1772-1852) organizaron la conspiración en Valladolid, que fue descubierta y sofocada de inmediato.
Un año más tarde en 1810, Ignacio Allende (1769-1811), Juan Aldama (1774-1811), el cura Miguel Hidalgo (1753-1811) y los corregidores Miguel Domínguez (1756-1830) y Josefa Ortiz de Domínguez (1768-1829) fraguaron la conspiración de Querétaro. En ella se propuso crear una junta de abogados, regidores y eclesiásticos criollos, con el propósito de que asumieran el poder mientras Fernando VII regresaba al trono como el soberano legítimo de España. Los conspiradores planeaban levantarse en armas en diciembre de 1810, pero al ser descubierta, decidieron adelantar la rebelión para septiembre.
  Hidalgo, Aldama y Allende fueron criollos que participaron en el
  movimiento de independencia.
  En la madrugada del 16 de septiembre, el cura Hidalgo subió al campanario de su parroquia en el pueblo de Dolores y llamo a los feligreses a levantarse en armas contra el gobierno. En ese primer momento de la lucha, el movimiento sólo buscaba quitar del poder a los peninsulares y dar paso a que los criollos fueran los que ocuparan esos cargos en el gobierno, pero sin romper lazos con la Corona española.






En su convocatoria Hidalgo reconoció la legitimidad del Fernando VII como monarca de Nueva España y en ningún momento llamo a una independencia de la madre patria, tampoco hablo de defender a los sectores más vulnerables de la sociedad novohispana, ni llamó a una reivindicación social. En su primera etapa, el movimiento fue una convulsión de las élites criollas que deseaban liberarse del dominio peninsular dentro del territorio americano.
  Hidalgo libero a muchos presos de las cárceles, quienes de inmediato se unieron a su contingente. Pronto también se le sumó, el Regimiento de Dragones de la Reina, al mando del capitán Ignacio Allende. Los seguidores de Hidalgo avanzaron hacia Atotonilco; allí el jefe del movimiento tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe, que a partir de ese momento en una insignia de los independentistas.
  A pesar de la falta de un verdadero ideario social, los pobres se adhirieron al movimiento de Hidalgo buscando una oportunidad de mejorar sus condiciones de vida. Para muchos de ellos el cura Hidalgo era el mesías libertador que habría de terminar con el yugo de la miseria y el hambre.
  Las huestes del cura Hidalgo llegaron Guanajuato donde el descontrol de la masa enardecida propicio robos, asesinatos y saqueos de las casas de españoles. Allende reprobó que Hidalgo no hubiera hecho nada para detener al pueblo enfurecido.

   La toma de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, por las
   huestes de Hidalgo generó que la Iglesia lo excomulgara.


Los insurgentes continuaron avanzando y llegaron a Cuajimalpa. Allí, las tropas libraron la batalla de monte de las cruces, de la que salieron victoriosos. A pesar de ello. Hidalgo ordenó a sus tropas replegarse y no ocupar la capital. A la fecha, nadie sabe la razón por la cual Hidalgo tomó la decisión de retirarse. Es probable que el episodio vivido en Guanajuato allá motivado al cura de Dolores a evitar una matanza similar en la Ciudad de México.
  Allende y Aldama reprobaron la actitud de Hidalgo y decidieron quitarle el liderazgo del movimiento. En su lugar nombraron jefe supremo de los ejércitos insurgentes a Ignacio López Rayón (1773-1832). A partir de este momento se inició, la guerra entre los insurgentes y los realistas.
  En Cuajimalpa, las fuerzas insurgentes se dividieron: por un lado, Allende se fue a Guanajuato, mientras que Hidalgo se dirigió a Guadalajara. Además, éste fundó un periódico El Despertador Americano, abolió la esclavitud y declaró que asesinar gachupines (españoles) era causa legítima del movimiento.
  En 1811, Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, fueron aprisionados en Chihuahua. Se les formuló un juicio político y, tras encontrarlos culpables, fueron fusilados. Para escarmentar a los insurgentes y atemorizar a los rebeldes en potencia, los cuatro fueron decapitados y sus cabezas puestas en jaulas que colgaban a cada esquina de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato, poniendo fin a la etapa de los conspiradores de Querétaro en el movimiento. Pero lamentablemente para los españoles, la semilla ya había sido plantada y están germinando, dado que el movimiento no murió con Hidalgo y sus colaboradores, sino que continuó creciendo y modificando su finalidad.

Para más información te invito a ver el siguiente video. 



Fuente bibliográfica:
Alejandra Maldonado Rios, Estela Roselló Soberón. Historia 2 Secundaria. SM Ediciones. México, 2015. Pp. 86-93.


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